EXPLICAR: La piedra mágica


Un día, en un pueblito, un hombre extraño llamó a la puerta de una casa.
La señora que abrió se sorprendió y le preguntó:
—¿Qué quiere usted?
El hombre sonrió y le dijo:
—Traigo una piedra mágica. Con ella se puede hacer la sopa más rica del mundo. Solo hay que ponerla en agua hirviendo.
La señora, muy curiosa, lo dejó pasar. Puso una gran olla con agua en el fuego, y llamó a los vecinos para que vieran la piedra mágica.
Cuando el agua empezó a hervir, el hombre tiró la piedra dentro de la olla, la probó y dijo:
—¡Está deliciosa! Pero si tuviera un poco de carne sería mucho mejor.
Entonces una vecina corrió a su casa y trajo un buen trozo de carne. El hombre la echó en la olla y volvió a probar:
—Mmm, muy rica… pero con unas verduras estaría todavía mejor.
Otro vecino fue por patatas, otra por zanahorias, otro por apio, y así todos fueron trayendo algo: pollo, cebollas… Cada uno puso lo que tenía.
Mientras tanto, otros vecinos pusieron mesas y sillas, y al final todo el pueblo se sentó junto a la gran olla. Y así, gracias a que todos compartieron, comieron la sopa más rica que habían probado en su vida.
Cuando los vecinos de aquel pueblo miraron agradecidos por esa cena, miraron a su alrededor y se dieron cuenta de que aquel hombre misterioso ya no estaba. Sin embargo, les había dejado la piedra mágica, para que siguieran reuniéndose para comer la sopa más deliciosa, aquella que se cocina cuando todos comparten lo que tienen.
  • ¿Qué hubiera pasado si los vecinos no hubieran compartido nada?
  • ¿Qué podrías compartir tú para que los demás estén más contentos?

El hombre misterioso enseñó a los vecinos que la verdadera magia no estaba en la piedra, sino en compartir. Cuando todos ponen un poquito de lo que tienen, se consigue algo grande y hermoso.
Algo parecido es lo que hacen los misioneros y misioneras: van por el mundo para invitar a las personas a compartir, a quererse y a ayudarse. Y tú, aunque seas pequeño, también puedes ser “misionero” en casa, en el cole y con tus amigos, cuando compartes lo que tienes y das lo mejor de ti. Y, ¿sabes qué? Cada vez que lo haces, Jesús y María sonríen de alegría contigo.

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