EXPLICAR: E = mc²
Una tarde cualquiera, en un pequeño pueblo rodeado de campos, vivía un niño al que le encantaba preguntar cosas. En clase siempre levantaba la mano: “¿Por qué brilla el Sol?”
“¿Por qué la lluvia cae hacia abajo?”
“¿Qué pasaría si pudiéramos correr más rápido que el viento?”
A algunos compañeros les hacía gracia, pero muchos pensaban en secreto que era valiente por preguntar tanto. Cuando otros jugaban al fútbol o a pillar, él desmontaba juguetes viejos para ver qué tenían dentro, o miraba las estrellas hasta que su madre le llamaba: “¡A cenar!”.
Un día, de camino a la escuela, vio cómo un rayo de luz entraba por una ventana y se convertía en un arcoíris en el suelo. Se quedó quieto mirando. ¿Cómo podía pasar algo así? Esa pregunta se quedó dando vueltas en su cabeza durante mucho tiempo.
El niño fue creciendo, y siguió haciendo lo que mejor sabía: preguntar, imaginar, intentar entender el mundo. Le daba igual si las respuestas eran difíciles o si alguien le decía que estaba soñando demasiado. Él sentía que la naturaleza escondía secretos, y quería descubrirlos.
Ya de mayor, se hizo preguntas aún más grandes:
¿Cómo viaja la luz?
¿Puede algo ir más rápido?
¿Qué le pasa al tiempo cuando nos movemos muy deprisa?
Pensó y pensó, día tras día, hasta que un día escribió una ecuación muy corta que cabía en una sola línea y que hoy aparece en camisetas, libretas o pegatinas:
E = mc²
Ese niño curioso se llamaba Albert Einstein.
Su descubrimiento empezó con lo mismo que tú ya tienes: ganas de aprender, imaginación y preguntas que salen del corazón. La Semana de la Ciencia nos recuerda que preguntar es importante, que no pasa nada por no saber algo, y que soñar nos ayuda a descubrir cosas nuevas.
¿Y si la próxima gran idea está dentro de ti? No dejes de preguntar. No dejes de soñar.

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